(Lección 5) - Santo Matrimonio - (Lección 5)
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El sacramento del Matrimonio es la union
matrimonial de un hombre y una mujer, cuya
unión ha sido elevada, por Cristo Jesús, a la
dignidad de “sacramento” entre el hombre
bautizado y la mujer bautizada (Lee CIC 1601). El
matrimonio es parte integral del Plan de Salva-
coin de Dios para toda la humanidad. Así como
el hombre se une con su esposa y pasan a ser
uno (Lee Marcos 10:7-9), el Salvador se une con su
Iglesia y pasan a ser uno (Lee Apocalipsis 19:7-9; CIC
1602). Ambas uniones son posibles por el amor
de ambas partes, ya que Dios es Amor (Lee 1 Juan
4:8-16), y el hombre y la mujer han sido creados a
semejanza de Dios (Lee Génesis 1:26-27), para amar
(Lee Juan 13:34-35; CIC 1604). El matrimonio entre un
hombre y una mujer tiene que reflejar al matri-
monio entre el Salvador y su Iglesia: “Maridos,
amen a sus mujeres como Cristo amó a la iglesia
y se entregó a si mismo por ella para santificarla”
Efesios 5:25-26; y de la misma manera: “Esposas,
sométanse a sus propios maridos, como al Señor.
Porque el marido es la cabeza de la esposa tal
como Cristo es la cabeza de la iglesia, su cuerpo,
y es él mismo su Salvador” Efesios 5:22-23. (Lee CIC
1616). Cristo Jesús nos enseña claramente que la
receta para un matrimonio exitoso (evitar las
peleas y el divorcio) es entender al matrimonio
como Dios lo creó y definió: “¿No han leído que
desde el principio el Creador los hizo hombre y
mujer y dijo: ‘Por esta razón el hombre dejará a
su padre y madre para unirse con su esposa y
los dos se convertirán en una sola carne.’? Así
que ya no son dos, sino una carne. Por lo tanto,
lo que Dios a unido, que el hombre no lo sepa-
re.” Mateo 19:3-6. El factor principal por lo cual
comienzan las peleas (silenciosas o no) en el
matrimonio, al punto que se llega al divorcio,
es el pecado original. El pecado original amena-
za el “orden” que debe existir en la relación en-
tre el hombre y su esposa, convirtiéndolo en un
“desorden” en la relación. El hombre y su esposa
tienen ahora que reparar ese “desorden” y lle-
varlo al “orden”, que solo se logra con la miseri-
cordia de Dios. Por lo tanto, para el éxito del ma-
trimonio, el hombre y su esposa deben mante-
nerse unidos pidiéndole ayuda a Dios, para supe-
rar todos los obstáculos y atentados contra su
unión: discordias, el espíritu del demonio, celos
y conflictos que pueden conducir hasta el odio
y la ruptura, etc. (Lee CIC 1601-1608). “En su mise-
ricordia, Dios no abandona al hombre pecador.
Las penas que son consecuencia del pecado, ‘los
dolores de parto’ (Lee Genesis 3:16), el trabajo con
‘el sudor de su frente’ (Lee Genesis 3:19), constituyen
remedios que limitan los daños del pecado. Tras
la caída, el matrimonio ayuda a vencer el replie-
gue sobre sí mismo, el egoísmo, la búsqueda del
propio placer, y a abrirse al otro, a la ayuda mu-
tua, al don de sí.” CIC 1609. En el Antiguo Test-
amento, Moisés permitió el divorcio “por la du-
reza del corazón” del hombre (Lee Mateo 19:8; Deut.
24:1; CIC 1610). Pero, contemplando la Alianza de
Dios con Israel bajo un amor conyugal exclusive
y fiel, los profetas comenzaron a preparar la con-
ciencia del pueblo a una comprensión más pro-
funda de unidad matrimonial indisoluble bajo
un amor incondicional. Los libros de Rut y To-
bías dan testimonios conmovedores de un senti
do profundo del matrimonio, de la fidelidad y de
la ternura de los esposos. Y el Cantar de los Can-
tares es una expresión única del amor humano,
puro reflejo del Amor de Dios (Lee CIC 1611). La
alianza nupcial entre Dios y su pueblo (Viejo Tes-
tamento: Lee CIC 1611) es la prefigura instructiva para
la nueva y eterna alianza con el Hijo de Dios
encarnándose; que, dando su vida, se unió con
toda la humanidad salvada por él, preparando
así “… las bodas del Cordero …” Apocalipsis 19:7-9.
Cristo Jesús realizó su primer milagro, a petición
de su madre, en un banquete de boda, confir-
mando así la bondad del matrimonio y anun-
ciando así la presencia eficaz de Cristo en el
matrimonio (Nuevo Testamento: Lee CIC 1613). Cristo
Jesús enseñó el sentido “original” del matrimo-
nio dado por su Padre, el Creador, que es “la
unión indisoluble” de un hombre y una mujer:
“‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su ma-
dre y se unirá con su mujer, y los dos se harán
una sola carne.’ Gran misterio es éste, lo digo
respecto a Cristo y a la Iglesia.” Efesios 5:31-32
(Lee CIC 1614-1616). De esta manera, la vida cris-
tiana está marcada por el amor conyugal de Cris-
to y su Iglesia (su esposa). El Bautismo es como
el “baño de bodas” que precede al “banquete de
bodas”, la Eucaristía. El matrimonio entre los
bautizados es un verdadero sacramento de la
Nueva Alianza (Lee CIC 1617). Por lo tanto, es
conveniente que los esposos sellen su consen-
timiento en darse el uno al otro mediante la
ofrenda de sus propias vidas, uniéndose a la
ofrenda de Cristo por su Iglesia, hecha presente
en el sacrificio eucarístico, y recibiendo la eucaris-
tía, para que, comulgando en el mismo cuerpo y
en la misma sangre de Cristo, “formen un solo
cuerpo” en Cristo (Lee CIC 1617). Por lo tanto, para
estar bien preparados para recibir el Sacramento
del Matrimonio, los esposos deben primero reci-
bir el Sacramento de la Penitencia y Reconcilia-
ción (Lee CIC 1622). La alianza matrimonial, comu-
nidad de vida y amor entre un hombre y una
mujer, fue fundada y dotada de sus leyes propias
por el Creador y está ordenada al bien de los cón-
yuges, así como a la generación y educación de
los hijos; y el matrimonio entre bautizados ha si-
do elevado por Cristo Jesús a la dignidad de
acramento del Matrimonio (Lee CIC 1660). El
hogar cristiano es el primer lugar donde los hi-
jos reciben el primer anuncio de la fe; por tal
razón, la casa familiar se llama “Iglesia Doméstica”,
“Comunidad de Gracia y Oración”, “Escuela de
Virtudes Humanas y de Caridad Cristiana”.